Es muy divertida, pero nos podemos llevar un susto si nos descuidamos por la fuerza con la que rompen las olas. Otro detalle a tener en cuenta, sobre todo si vamos con niños pequeños, es que cubre casi nada más entrar. En cambio, es una playa ideal para tomar el sol, sobre todo si el viento viene del nordeste. Aún recuerdo muchas tardes de enero y febrero de esos años: cuando terminábamos de trabajar me iba con María a tomar el sol mientras nos echábamos una apacible siesta o leíamos un rato.
Desde la última vez que estuve, hará como dos o tres años, han urbanizado un poco la zona. Por esos años, se llegaba por caminos; ahora el acceso está asfaltado y se ha creado un aparcamiento amplio, aunque en agosto, como sucede en todas las otras playas, para aparcar hay que dar unas cuantas vueltas. Aparte de estas mejoras, hay también servicio de socorristas de la Cruz Roja, duchas y en la parte alta una zona de pic-nic. El bar que está al lado de la playa, El Sable, es un lugar ideal para tomarse algo; recomiendo un poco de paciencia y tiempo para esperar la puesta de sol, espectacular desde la terracita del bar. No ponen música, solo se oyen las leves conversaciones de las personas sentadas en la mesa de al lado, que quedan amortiguadas por el compás rítmico del oleaje.
Si nos queremos dar un paseo podemos llegar a la playa de Santa Justa. Solo hemos de recorrer el litoral en dirección al torreón que hay a la izquierda.
Desde la playa se divisan las ruinas de lo que pudo ser una torre de vigía. |
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