miércoles, 3 de diciembre de 2014

El monte Corona, ruta desde Rioturbio hasta la ermita de San Esteban

El monte Corona es una masa forestal que queda a poco más de veinte minutos de casa. El espacio se extiende fundamentalmente por las localidades de Cabezón y de Comillas llegando hasta la misma ría de la Rabia que se adentra hasta Rioturbio. En este pueblo es donde podremos dejar el coche aparcado en las inmediaciones de la iglesia.
La ruta hacia el monte Corona está indicada a las afueras. La primera referencia es el caño con su pilón. Sin desviarnos nunca, hemos de subir un trecho que nos llevará más de una hora. Ya arriba, la pista finaliza en otra igual de ancha, por donde incluso es probable que pase algún coche. Giraremos a la izquierda y seguimos subiendo hasta llegar a una torreta de vigilancia de incendios. Aquí encontraremos un indicador para ir a la ermita de San Esteban, situada a un kilómetro de este lugar. Una vez en la ermita, el camino desciende hasta Rioturbio.
Sin duda el punto más atractivo de la ruta es esta ermita. Erigida en un punto estratégico, se convierte en un mirador privilegiado para contemplar una buena parte de Cantabria, comprendiendo este abanico desde los Picos de Europa, a la izquierda, pasando por enclaves asturianos próximos a la comunidad cántabra, y llegando por el otro extremo hasta Santander. Si nos sentamos en un banco de piedra que hay en la terraza, observaremos en el pretil unas flechas y el sitio a donde apuntan. Podemos también descansar en el lateral de la pequeña iglesia orientado al sur, en una solana con su banco corrido. El sol nos acariciará cálidamente mientras recuperamos fuerzas comiendo un bocado o viendo el trasiego de caminantes cuyos pasos se dirigen a donde estamos. A parte del culto religioso, la ermita sirvió para orientar a los marineros en su aproximación el puerto de Comillas. Por esta razón, para que se viera bien, la iglesia estaba encalada. En la actualidad, solo lo está la cara norte, la que da a la mar; a la otra se le ha picado el enfoscado para dejar vista la piedra de mampostería.
En cuanto a los valores medioambientales, hemos de resaltar que la masa forestal es fruto de la repoblación con varias especies que se mezclan sin criterios definidos. Merecen la pena las hayas y los robles. Es uno de los hayedos situados a menor altitud y es uno de los robledales costeros más tupidos. Otros árboles que encontraremos sin abandonar la pista son acebos, avellanos, abedules, castaños, eucaliptos, coníferas…
El recorrido no presenta dificultades no siendo algunos tramos de subida constante. Cualquiera que aguante tres horas caminando puede realizar la ruta.




lunes, 24 de noviembre de 2014

TAZONES (Asturias)

Como Cantabria, Asturias es montaña, es mar. Tazones es un pueblo marinero, pequeño y recóndito que se erige a los pies de las colinas que descienden hasta llegar a la misma orilla de la mar. No es una exageración. Sus casas están a pocos metros del agua y cuando hay temporal, el oleaje llega a las primeras viviendas.
Las mejores imágenes de Tazones y de su puerto se ven, una vez que hayamos aparcado, al descender andando la calle principal. Nos encontraremos numerosas marisquerías y bares. Sentarse en una de las terrazas a tomar un café o beber una sidra nos permitirá observar el río de transeúntes que llegan a conocer el enclave. ¡Qué bien se está mirando a otras personas que han ido a lo mismo que nosotros! La propia observación parsimoniosa de los otros nos permite conocerlos y conocernos a nosotros mismos… La otra perspectiva impresionante de la localidad la descubriremos desde el puerto; esta vista es más amplia y colorista. En primer lugar, veremos el mismo puerto, el trasiego de pequeñas embarcaciones, el mar, la playa, el casco urbano y, por último, el arbolado de los montes que casi ocultan al viajero, cuando se está a punto de llegar a Tazones, la grandeza inconmensurable de la mar.
Poco más podemos hacer en el pueblo, pero andando con tranquilidad, nos permitirá saborear y oler la mar, observar las tareas de los pescadores afanados en el mantenimiento de sus artes de pesca o bogando por las inmediaciones en busca de las capturas de la jornada para ofrecérselas al pie de sus barcas o en las lonjas a los viandantes. Es uno de los pocos puertos donde se puede comprar pescado directamente.
Antes de irnos merece la pena subir por las callejuelas que quedan a nuestra derecha una vez que regresemos del puerto. En esta zona se hallan algunas tiendas y el barrio y sus las casas encaladas son pintorescos. Merodeando por allí descubriremos la llamada Casa de las conchas, una pequeña vivienda de dos plantas cuya fachada y otros muchos objetos y detalles ornamentales están recubiertos de conchas de los más diversos e increíbles moluscos. Es interesante ver y estudiar con minuciosidad sus pormenores. Todo el trabajo es fruto de una imaginación desbordante y de una paciencia y laboriosidad digna de encomio. Al lado, hay un hórreo bien conservado que ha sido acondicionado para el recreo y disfrute de su propietario más que para cumplir su finalidad inicial de almacén de grano.
















lunes, 10 de noviembre de 2014

Frías (BURGOS), la jerarquía de la altura

A Frías se la descubre antes de llegar al peñasco gigantesco donde se ha levando el pueblo. Se la ve desde la lejanía en lo alto y se vislumbran los dos monumentos más señeros: su iglesia y, sobre todo, su castillo. Sin embargo, el viajero se verá irremisiblemente obligado a detener su avance para admirar el magnífico puente romano que sirve para cruzar el río Ebro. La dureza elemental y eterna de las piedras, que permite crear arcos y muros resistentes al tiempo y a la impetuosidad del agua, hace admirar al espectador esta obra tan sobria y elegante a la vez, al contemplar el viaducto y su recia torre, erigida en el medio, a modo de portazgo que  con el pago correspondiente los caminantes habían de cruzar. Bajemos a la rivera a observar desde distintos puntos la belleza de la construcción y el encanto del paraje, en el que el río juega un protagonismo clave si es verano y se busca el frescor. A la otra orilla encontraremos unas mesas que no permitirán comer si llevamos unos bocadillos. Desde el lugar se ve Frías, pero la presencia del puente romano eclipsa cualquier perspectiva que intentemos resaltar del pueblo.
Acerquémonos subiendo hasta las inmediaciones de la población. El torreón, dedo acusador de la inmensidad del cielo burgalés, penderá desde el primer momento sobre nosotros y sobre las casas y calles de la localidad. No nos podremos ocultar de su vigilancia; allí donde nos encontremos, cuando levantemos la vista, encontraremos su altiva presencia amedrentando nuestra insignificancia. Buscaremos la belleza con las fotografías conjugando en la imagen el detalle urbano con la fortificación de fondo, pero nos será casi imposible suprimir la autoridad desafiante de la construcción militar. Su equilibrio abismal, titubeante, completa en el caminante la sensación de riesgo y de temor por el peligro siempre acechador que se cierne sobre los vecinos, que, sin embargo, llevan su cotidianidad con la pereza y calma ancestral propia del lar. La serenidad del caminante no se recobrará inmediatamente una vez que nos alejemos de la fortaleza, porque las empedradas calles le dirigirán a contemplar otra de las maravillas: sus casas colgadas,  con cuatro alturas, siguen la línea vertical del peñasco levantisco. Impresiona la altura a la que se elevan y producen vértigo. La estrechez de la peña, obligaría a sus primitivos habitantes a aprovechar el pequeño espacio para que todos cupieran; por eso, esas viviendas con tantas plantas estrechas. Cuando subamos al torreón, en una pequeña sala, hay una exposición que explica al curioso las características de estas construcciones y el ingenio desplegado por sus moradores para adaptarse a la orografía del lugar.

Si en la punta sur encontramos el castillo, en el extremo norte nos encontraremos la iglesia y la plazoleta abierta a todos los aires. Si la fortaleza nos elevaba espiritualmente al cielo, la amplia terraza nos dirigirá a la frondosidad vital del valle, de la tierra, de la fertilidad, de la feracidad de la vega. La angustia sufrida se despejará pensando en la inmensidad de la vida. La serenidad regresará y, poco a poco, caminando por la altiplanicie nos conducirá ya sin temor a conocer las entrañas del baluarte militar y una vez dentro, se disiparán todas nuestras dudas y podremos saborear los pasos que demos por el patio de armas. Incluso, ese torreón hirsuto, cuando estemos a sus pies nos parecerá más humano y casi tierno porque nos invita a que le conozcamos. Entremos en él, subamos a lo más alto y quizá lleguemos a pensar y a ver, y a sentir la vida, la fuerza y belleza desde su perspectiva, porque la visión del valle es completa. Nos habremos congraciado con la existencia, comprenderemos la jerarquía de la altura.















miércoles, 1 de octubre de 2014

Lastres (Asturias)


Es uno de los pueblos marineros de la costa asturiana más próxima a la cántabra. Últimamente he oído nombrar este pueblo en varios reportajes de viajes; el último ha sido en El viajero, suplemento de El País, en el que se incluye a Lastres como uno de los doce pueblos más bonitos de España... Y no hace mucho, en El Diario Montañés, se animaba a los lectores a conocer este enclave marinero. He de reconocer que nuestra visita se debió a esta sugerencia.
No seré yo el que desautorice a esos reporteros. Lastres es un pueblo que merece la pena visitar, pero no conviene llegar condicionado por ninguna referencia. Hemos de descubrir el pueblo como si nadie nos lo hubiera recomendado. Es mucho mejor porque descubriremos el encanto del lugar, la magia, la luz, la paz, lo que sea que nos trasmita, y probablemente estas sensaciones serán más entrañables para el viajero que cualquier otro tipo de referencias que nos hagan del sitio las guías turísticas al uso.


A Lastres se le descubre cuando has llegado al fin del recorrido urbano, cuando se llega al puerto. Veremos antes de llegar a él, la mar, la pequeña playa a los pies del pueblo cuando la marea esté baja, mas el pueblo blanco colgado de las laderas, lo descubriremos cuando salgamos del coche y volvamos la vista atrás y veamos ese lienzo de casas escalonadas. Hemos ido buscando la mar, el puerto y nos sorprendemos con la estampa más bonita de la visita. Interesante es esta panorámica, sobre todo al atardecer, a contraluz, cuando la blancura de las fachadas ilumina las sombras de las colinas que arropan a un mar que en esa parte de la costa no parece tan inmenso ni amenazador. Esa imagen del pueblo desde el puerto puede ser un buen recuerdo. Tal vez nos nos convenga desear mucho más. Quizá nos imaginemos, cuando apresuradamente retrocedamos andando en busca de sus plazas, de sus calles, de su casas, de sus rincones, que nos queda lo mejor por descubrir. No. Vayamos con calma. Subamos, por ejemplo, por una estrecha escalera por la que antaño los marineros descendían ligeros a embarcar en pos de la ballena divisada en lontananza; nosotros veremos unas calles estrechas, cortas, empinadas, laberínticas, pero alegremente habitadas por unos vecinos que con sus ventanas abiertas enseñan sus salones, sus pasillos y con ellos su decoración doméstica, sus flores... Sabremos qué es lo que están aderezando para la comida y casi nos gustaría compartir con ellos sus viandas. Lo que no encontraremos serán los servicios imprescindibles para el asueto del viajero: ni bares ni tiendas. Si hemos llegado próximos a la hora de comer, habremos de bajar al puerto y  buscar un restaurante; o si no, retroceder al inicio del pueblo, casi a las afueras. Si elegimos una buena ubicación en el comedor podremos contemplar la panorámica primera y última de nuestra estancia en Lastres mientras degustamos los frutos de la mar. ¡Buen apetito!
(Desde casa a Lastres hay más o menos 123 kilómetros y se tarda una hora y veinte minutos)