Una escena propia de la tierra que me impresionó y sorprendió al principio de vivir aquí fue ver en una de las calles más céntricas de Torrelavega, a un paisano caminando por medio de la acera con abarcas y apoyado en una vara de avellano. Tan pancho, orondo y estirado andaba, que parecía el rey de la ciudad. Sin embargo, lo que más me sorprendía era que el único extrañado era yo: los demás viandantes iban y venían a sus quehaceres sin merecer una mirada interrogativa al paisano con esos coturnos montañeses. Rememorando la escena, incluso en este momento, no deja de seguir sorprendiéndome, ya que el día no estaba lluvioso; además, creo que era una mañana soleada de verano. Lo digo porque es un calzado que tiene su sentido en esta tierra y cumple una función práctica e imprescindible. Nosotros que vivimos rodeados de un prado que cruzamos con mucha frecuencia para ir al huerto, si dispusiéramos de unas abarcas nos vendría de perilla, porque, como se pise el verde, aunque esté seco, el calzado se mancha. Y si está húmedo, porque ha llovido o por la rociada, te empapas. Si nos pusiéramos este calzado hecho de un tarugo, salvaríamos los zapatos y no nos mojaríamos los pies.
Las abarcas están esculpidas en madera, pues se fabrica partiendo de un trozo de este material al que se le va dando forma y originando el hueco para que quepa un pie ya calzado; es decir, para enfundarse las abarcas no hay que descalzarse de lo que se lleve puesto. No sé exactamente cuánto pesará cada pieza, nunca me las he calzado, pero en ningún caso son ligeras. No obstante, hay personas que incluso son capaces de caminar con ellas en una prueba de resistencia, como son los 45 kilómetros de El Soplao. Otra característica de estos zuecos cántabros es que llevan cuatro tarugos de unos cinco o siete centímetros que sirven para aislar la base del calzado del suelo.
¿No tienen curiosidad por saber cuánto cuestan unas abarcas? Hace poco pregunté en dos puestos de artesanía y el precio ronda los 120 euros.
Uno de los artesanos más conocidos de la región, ya fallecido, se encontraba en Carmona donde trabajaba al cobijo de una balconada. Allí, en frente de su taller, hay una escultura de este calzado erigida en su honor.
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