En mal momento se le ha ocurrido florecer al pobre almendro. Todos los años le pasa igual: tiene tanta prisa en despuntar, que al final casi nunca logra cuajar un almendruco. Cuando comienza enero, una de las visitas diarias que efectúo por el jardín es al almendro esperando descubrir la primera flor blanca. Y cuando la veo mi alegría es enorme. Aunque lejana la primavera, me parece un poco más próxima y, en todo caso, me llena de gozo en estos aún cortos y grises días de enero. En ocasiones se me pasa por la cabeza injertar ramas de otros árboles más provechosos, como por ejemplo de manzano, pero al final no hago nada de esto tan solo por la alegría que me produce su floración en estos jornadas tan crudos de invierno.
Este año echó sus primeras flores el 14 de enero y después nos ha llegado una borrasca que nos ha dejado agua por doquier, y de postre, unas granizadas de las que hacen época. Menos mal que solo ha brotado una parte de la copa, la que está más protegida, y que aún le falta más de la mitad por florecer. Estas últimas flores tendrán que resistir las ventiscas que han de llegar impecablemente en marzo y abril. ¡Pobrecico!
3 de enero de 2014. Tala del almendro.
Cual torre de Babel, el almendro crecía y crecía. No tuve la precaución de cuando era un poco más pequeño de haberlo ido podando las ramas que apuntaban más al cielo. El resultado es que esas ramas rozaban los cables del tendido eléctrico y no podía subirme a cortarlas; me daba miedo que causaran una avería...
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En estas gavillas y cuatro troncos ha quedado reducido el vivaz almendro.
Un poco de publicidad personal...
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