A estas flores las tengo un especial cariño por una cuestión sentimental. Los bulbos me los regaló un biólogo, compañero del trabajo desgraciadamente ya fallecido. Cada año, a principios de enero, miro dónde están plantados esperando ver sus respingones tallos, y ya van bastantes años, y nunca fallan: un poco antes o un poco después siempre brotan enhiestos; este año aparecieron a finales de enero, el 29.
Forman un ramillete de unos diez tallos que tardan en formar la flor unos quince días. Y una vez abierta, rápidamente se aja. La decadencia de toda la planta se precipita hasta desaparecer sin dejar ningún vestigio hasta el próximo año. Por eso siempre me queda el temor que se pierda, pero cada temporada vuelve a brotar con vigor y eso que su espacio lo está invadiendo un arbusto que cada vez más amenazador se expande.
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