miércoles, 25 de julio de 2012

Carmona

Hace ya muchos años, cuando por primera vez venimos al Norte huyendo del calor de la meseta y paseábamos por las calles de Santillana del Mar, recuerdo el impacto que nos produjo esta localidad. Nunca habíamos visto un pueblo más auténtico y más bonito. Mi mujer dijo que le gustaría vivir en un entorno así y a los pocos años, cosas de la vida, efectivamente estábamos residiendo en el pueblo; nuestra primera hija nació allí. Poco a poco fuimos conociendo con más detalle la región y cuando fuimos por primera vez a Carmona, resurgió esa emoción que sentimos al conocer Santillana, y esta vez con más conocimiento de causa: no es lo mismo visitar una localidad que residir todo el año en ella. Santillana es uno de los pueblos más bonitos de España, pero ya ha perdido buena parte de su autenticidad y es sobre todo un pueblo turístico, con sus cosas buenas y malas. Carmona es diferente: no hay nada pensado para el visitante. No hay tiendas de recuerdos, no hay casi establecimientos de hostelería, no hay Oficina de Turismo, está a trasmano, te encuentras con más gatos y perros que personas, no digo ya visitantes…
Las casas, su arquitectura, están diseñadas para servir no solo para cobijarse, sino para poder sobrevivir en el entorno. Éste lo que proporciona a los vecinos son pastizales donde se puede alimentar el ganado, especialmente vacas tudancas. Por eso las cuadras, los pajares, están integrados en la misma vivienda. Las balconadas sirven para secar los frutos de la huerta: judías, mazorcas, calabazas… Un detalle que me llamó la atención la primera vez fue la presencia de pocilgas aisladas, no adosadas o formando parte de las casas; no obstante, están dentro del casco urbano.
Intento casi recordar las sensaciones de esas primeras veces, porque luego en sucesivas visitas se han ido perdiendo y la última vez encontré el pueblo demasiado apagado. No sé la razón; a lo mejor es una impresión personal. Sin embargo, indudablemente hay cosas que ya faltan y que no volverán. Hay dos, en concreto. La primera es la tienduca, bar sin cafetera, tienda de comestibles, bodega, que había nada más entrar en el pueblo. Recuerdo los cafés de puchero, las dos mesas de las que disponía el establecimiento, la cara que ponía el tabernero cuando te despachaba en la que se reflejaba el interrogante de qué se nos habría perdido en el pueblo para estar allí. Y a la puerta estaba el taller improvisado de un buen señor que se dedicaba a fabricar abarcas. Hoy, reminiscencia de todo eso, tan solo queda el pequeño banco de artesano en el rincón donde trabajaba y un monumento que le recuerda.

Casa donde estaba la taberna.
Banco donde trabajaba el mencionado albarquero
Monumento a los albarqueros

Palacio de los Mier. Siempre lo he conocido en obras. Se supone que iba a ese un hotel

Una de las antiguas pocilgas



No hubo dolor para agrandar el bocín para meter el heno.



La siesta no se perdona.
La competencia










Vista del pueblo desde la collada de Carmona


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