En cuanto al interior tampoco es que haya mucho que admirar:
las columnas, los arcos de herradura, la piedra de origen céltico… No sé las
veces que he visitado la iglesia, pero esta última vez me ha dado la impresión
de que algo se ha cambiado. En las anteriores ocasiones me impresionaron los
arcos, la belleza simple del recinto. En esta última, han perdido protagonismo
estos detalles. No estoy seguro, pero quizá hayan pintado las paredes: la luz
interior creo que no es la misma; o tal vez, no hay que dudarlo, mi forma de
ver haya cambiado. En todo caso, es preciosa.
Y el exterior de la edificación es igual de bello: es una
iglesia intimista, de juguete. Si alguna vez tuviera que construir una iglesia,
no sería muy diferente a ésta.
No pensaría en un gran edificio donde albergar a
muchas personas, sino una edificación con dependencias acogedoras donde
sentarnos yo y mi gente a contemplar en silencio la existencia breve y vibrante
de nuestra vida. Hay otros dos detalles singulares ligados al templo, en su
exterior: un tronco requemado de tejo que al verlo me apenó pues lo he visto
vigoroso muchas veces, y un brote de olivo milenario. Esos dos árboles
simbolizan la simbiosis de dos culturas: el norte y el sur, de donde procedían
dos personajes casi legendarios ligados a la fundación de la iglesia. El otro
detalle es la torre erigida a petición de los vecinos que se encuentra al lado.
Es reciente pero muy bien acoplada al conjunto; imita el estilo mozárabe.
Detalles de los canecillos, todos con una decoración muy parecida. |
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