lunes, 11 de agosto de 2014

SANTA MARÍA DE LEBEÑA.



El viajero que ha logrado atravesar el zigzagueante desfiladero de la Hermida sin marearse puede detenerse una hora a visitar una  joya del arte mozárabe en Cantabria, como es esta pequeña iglesia y su entorno. Nos sorprenderá antes de entrar en el recinto religioso el paisaje de majestuosos picos y crestas  de las montañas que rodean el sitio. Miremos por donde miremos veremos las imponentes cumbres que desafían el cielo y causan respeto y admiración en  el viajero. Es un lugar tranquilo donde reina el silencio armónico de una naturaleza idílica en el caso de que el día esté soleado, o bien el temor a la ignota inclemencia de un cielo amenazante de lluvia. De esta belleza parecen disfrutar los difuntos del pequeño cementerio que a manera de alfombra se encuentra en la entrada del templo. Ese camposanto no crea la inquietud de lo finito, sino la rememoranza cálida de aquéllos que nos precedieron.
No está mal entrar en la pequeña iglesia y oír las explicaciones de la guía. Ahora, antes era su tía, es una joven graciosa que en unos breves minutos explica el origen de la edificación, la leyenda asociada a las personas ligadas a ella y algún detalle arquitectónico, mezclada la explicación con algún chascarrillo o anécdota. Acercaos a ella, pues su peculiar forma de disertar y la mala acústica del templo os impedirá discernir su discurso. Aunque la rigurosidad del mismo es tambaleante, no dudéis de que los datos que aporta no son muy diferentes a los aportados por los sesudos estudios que hay de la iglesia.
En cuanto al interior tampoco es que haya mucho que admirar: las columnas, los arcos de herradura, la piedra de origen céltico… No sé las veces que he visitado la iglesia, pero esta última vez me ha dado la impresión de que algo se ha cambiado. En las anteriores ocasiones me impresionaron los arcos, la belleza simple del recinto. En esta última, han perdido protagonismo estos detalles. No estoy seguro, pero quizá hayan pintado las paredes: la luz interior creo que no es la misma; o tal vez, no hay que dudarlo, mi forma de ver haya cambiado. En todo caso, es preciosa.
Y el exterior de la edificación es igual de bello: es una iglesia intimista, de juguete. Si alguna vez tuviera que construir una iglesia, no sería muy diferente a ésta.
Detalles de los canecillos, todos con una decoración muy parecida.
No pensaría en un gran edificio donde albergar a muchas personas, sino una edificación con dependencias acogedoras donde sentarnos yo y mi gente a contemplar en silencio la existencia breve y vibrante de nuestra vida. Hay otros dos detalles singulares ligados al templo, en su exterior: un tronco requemado de tejo que al verlo me apenó pues lo he visto vigoroso muchas veces, y un brote de olivo milenario. Esos dos árboles simbolizan la simbiosis de dos culturas: el norte y el sur, de donde procedían dos personajes casi legendarios ligados a la fundación de la iglesia. El otro detalle es la torre erigida a petición de los vecinos que se encuentra al lado. Es reciente pero muy bien acoplada al conjunto; imita el estilo mozárabe.
Estela cántabra.

Imagen de la torre añadida.
 
Detalles geométricos de la banda que rodea el edificio.

Panel informativo del enclave.
Panel informativo del enclave.





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