El viajero que ha logrado atravesar el zigzagueante
desfiladero de la Hermida sin marearse puede detenerse una hora a visitar
una joya del arte mozárabe en Cantabria, como es esta pequeña iglesia y su entorno. Nos sorprenderá antes de entrar en
el recinto religioso el paisaje de majestuosos picos y crestas de las montañas que rodean el sitio. Miremos por
donde miremos veremos las imponentes cumbres que desafían el cielo y causan
respeto y admiración en el viajero. Es un
lugar tranquilo donde reina el silencio armónico de una naturaleza idílica en
el caso de que el día esté soleado, o bien el temor a la ignota inclemencia de
un cielo amenazante de lluvia. De esta belleza parecen disfrutar los difuntos
del pequeño cementerio que a manera de alfombra se encuentra en la entrada del
templo. Ese camposanto no crea la inquietud de lo finito, sino la rememoranza cálida
de aquéllos que nos precedieron.
No está mal entrar en la pequeña iglesia y oír las
explicaciones de la guía. Ahora, antes era su tía, es una joven graciosa que en
unos breves minutos explica el origen de la edificación, la leyenda asociada a
las personas ligadas a ella y algún detalle arquitectónico, mezclada la
explicación con algún chascarrillo o anécdota. Acercaos a ella, pues su
peculiar forma de disertar y la mala acústica del templo os impedirá discernir
su discurso. Aunque la rigurosidad del mismo es tambaleante, no dudéis de que
los datos que aporta no son muy diferentes a los aportados por los sesudos estudios que hay de la
iglesia.
En cuanto al interior tampoco es que haya mucho que admirar:
las columnas, los arcos de herradura, la piedra de origen céltico… No sé las
veces que he visitado la iglesia, pero esta última vez me ha dado la impresión
de que algo se ha cambiado. En las anteriores ocasiones me impresionaron los
arcos, la belleza simple del recinto. En esta última, han perdido protagonismo
estos detalles. No estoy seguro, pero quizá hayan pintado las paredes: la luz
interior creo que no es la misma; o tal vez, no hay que dudarlo, mi forma de
ver haya cambiado. En todo caso, es preciosa.
Y el exterior de la edificación es igual de bello: es una
iglesia intimista, de juguete. Si alguna vez tuviera que construir una iglesia,
no sería muy diferente a ésta.
No pensaría en un gran edificio donde albergar a
muchas personas, sino una edificación con dependencias acogedoras donde
sentarnos yo y mi gente a contemplar en silencio la existencia breve y vibrante
de nuestra vida. Hay otros dos detalles singulares ligados al templo, en su
exterior: un tronco requemado de tejo que al verlo me apenó pues lo he visto
vigoroso muchas veces, y un brote de olivo milenario. Esos dos árboles
simbolizan la simbiosis de dos culturas: el norte y el sur, de donde procedían
dos personajes casi legendarios ligados a la fundación de la iglesia. El otro
detalle es la torre erigida a petición de los vecinos que se encuentra al lado.
Es reciente pero muy bien acoplada al conjunto; imita el estilo mozárabe.
Detalles de los canecillos, todos con una decoración muy parecida. |
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