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sábado, 25 de enero de 2014
Fuentona de Ruente
Recomiendo una parada para pasear alrededor del río, que nace inmenso de una gruta de piedra caliza. El lugar tiene un encanto especial, casi mágico... La surgencia más que natural, parece mágica. Contemplando la fuerza con la que brota el agua, pensamos casi con temor en el poder de una naturaleza ignota y poderosa; pero también magnánima. Incluso en esta tierra, donde acostumbramos a respirar el líquido elemento, contemplar la grandiosidad del manantial, nos parece también un acto de generosidad de la madre naturaleza. Y no es una aproximación emocional a la fuente, es una realidad, pues de su agua potable se abastecen varias localidades próximas. En el perímetro de la casi redonda balsa que se origina al lado de la boca, hay mesas donde uno puede sentarse a comer un bocadillo, o contemplar con placidez el espacio y oír el murmullo arcano de la corriente, eco de historias mitológicas asociadas a la cavidad. O pensar más racionalmente, como si fuéramos geólogos, en uno de los misterios, este palpable, real, aunque esporádico, de por qué muy ocasionalmente, lo mismo ocurre en épocas de lluvias que cuando hay sequía, deja de manar durante un tiempo y luego el agua vuelve a salir como la misma intensidad con la que salía antes de la interrupción.
El paraje natural se completa con el entorno urbano interesante con el que se mezcla. Ya antes de llegar al nacimiento del río, nos encontramos un puente romano que centrará nuestra atención. En los distintos estanques o balsas que se van formando en niveles diferentes, podremos fijarnos en las truchas que fluyen entre las piedras, en las aves acuáticas que se alegran con la presencia de los visitantes...
viernes, 3 de enero de 2014
El queso de Cóbreces
Una de las estampas costumbristas que se puede ver en Santillana del Mar, cuando se cruza el pueblo en coche, es la fila de turistas que se dirigen al aparcamiento con numerosas bolsas de plástico cargadas con repostería y otros alimentos, como si acabaran de comprar en un supermercado. Se llevarán otras cosas de recuerdo, pero raro es el que no carga con alguna quesada, un paquete de sobaos, una caja de corbatas, por no hablar de orujos, quesos
Y es que Cantabria está para comérsela con la vista y saborearla con la boca. La pena es que todo engorda.
El queso de Cóbreces, fabricado por los frailes cistercienses, tal vez no sea tan conocido como los productos anteriores, pero sí está presente en muchas tiendas y en casi todos los supermercados de la región. Es un queso muy cremoso cuando es tierno, pero si se comienza y se tarda en comer, endurecerá, lo cual no merma la calidad, y a los que nos gusta un poco más consistente nos resulta más queso, queso.
Las ruinas de esta pequeña iglesia, con su espadaña, a la que se puede subir por una escalera adosada a ella, recuerdan un escenario de gusto romántico. |
El producto es originario de la localidad costera de Cóbreces, un bonito pueblo. La primera imagen de este la vemos antes de llegar, una vez pasado Toñanes. Desde el coche se divisa la iglesia de la abadía con sus dos torres y, como fondo, si el día está claro, Los Picos de Europa con su masa rocosa impresionante, o con las muchas cumbres cubiertas con una copiosa manta blanca de nieve.
El despacho de venta se encuentra a la izquierda, según vamos a Comillas, más o menos enfrente del quiosco de prensa que nos encontramos a la derecha, justo donde parte la carretera que nos dirige a la playa de Luaña. La tienda la regenta un sobrio monje que tan solo estará atento a las operaciones de venta de sus quesos; lacónico, como si estuviera concentrado en sus meditaciones religiosas, no mostrará un semblante abierto para conversar con el viajero. El despacho es frío, —frescura que se acrecienta si se observan los pies sin calcetines del monje durante todo el año—, grande y en sus dos únicas vitrinas aparecerán los pocos productos que venden: quesos, chocolates, alguna confitura..., todos ellos procedentes de distintos conventos trapenses.
El horario de venta es el normal de un comercio. Si está cerrado, podemos comprar el queso al mismo precio, unos nueve euros el kilo, en el quiosco que está enfrente.
La elaboración de los quesos la realizan los monjes con leche fresca y pasteurizada que compran; antes disponían de ganadería propia. Sus quesos son curados en la cripta acondicionada como bodega, que se encuentra debajo del altar de la iglesia.
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