Hemos llegado justo a las doce menos veinte, la hora de comienzo de la visita guiada. Los últimos tramos del viaje (se tarda en llegar treinta y cinco minutos desde casa) transcurren por caminos rurales estrechos, aunque se encuentran asfaltados.
Hemos tenido a la guía para nosotros dos solos. Llovía a mares y el día no es que estuviera muy apacible, sin embargo, esa neblina en la ladera en la que se halla el enclave, nos proporcionó una evocadora panorámica del boscaje desnudo y silencioso. El paraje en el que se encuentra la galería es muy bonito, con una profusa vegetación. Por el fondo del valle transcurre el arroyo de mismo nombre que la gruta, que, aunque no se ve, sí se oye el rumor de sus aguas deslizándose hacia el río Pas, en el que desemboca. El cauce de este afluente pasó hace muchos años por la oquedad y aún se conserva la cuenca vacía por la que transcurría. Precisamente, en el antiguo margen derecho es donde más objetos se han recuperado en las excavaciones realizadas. Por lo visto, en esa zona, se acumuló, llevado por la corriente, sedimentos y utensilios, que había en el vestíbulo de la cueva. Allí se halló el emblemático bastón de mando llamado del Pendo.
Según las palabras de la guía, es difícil formarse una idea de cómo era la cavidad cuando fue utilizada primeramente por los neandertales, hace ochenta mil años, y por los homo sapiens de hace cuarenta mil, porque, desde la boca hasta el fondo, lo que vemos, y descendemos, son los escombros acumulados por numerosos derrumbes. Parece ser que la visera que cubría el gran agujero era mucho mayor y que, sin la necesidad de adentrarse, allí podía reunirse más de un centenar de personas. La hipótesis que manejan es que el espacio fuera un santuario en el que se concentraban los grupos repartidos por otras cuevas. Deducen esto por la gran cantidad de objetos de arte mobiliar hallados, que probablemente esas personas se intercambiaban con el fin de afianzar los vínculos entre ellos. Las mismas pinturas encontradas al final, representando sobre todo ciervas en un gran panel pétreo, podían cumplir también un papel en ritos propiciatorios para que la caza fuera favorable.
Es impresionante, volviendo la mirada hacia la luz de la boca, el gran espacio abovedado que se ha recorrido y la cantidad de material desprendido que se ha depositado sobre los niveles que pisaron sus primitivos habitantes. Las posibilidades de intervención arqueológica son muy limitadas, pero también se puede ver a la izquierda, según se baja, un pequeño campo de excavaciones.
La guía ha insistido que cada cueva con arte prehistórico es particular, aunque haya patrones que se repiten. En este caso, las pinturas ocupan un lugar óptimo para que pudieran ser vistas por cualquiera que se adentrara en ese espacio, no como en otras simas que se hallan en lugares recónditos y poco accesibles.
El Pendo es una de las cuevas del norte peninsular reconocidas por la UNESCO como patrimonio de la humanidad.
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